Leyendas

Más allá de los elementos físicos y humanos que los conforman, los paisajes esconden leyendas y mitos tras los que late el sentir de sus moradores, sus esperanzas y temores, sus anhelos y fantasías...

martes, 2 de julio de 2013

Evocación de la marisma



No le tengo miedo a la soledad. Más aún, lo que de verdad me aterra es perderla de nuevo, como otras veces me sucedió a lo largo de mi vida. Pero a pesar de esta certeza siempre resuena en el fondo de mis pensamientos, sumiéndome en la duda, la sabia advertencia que un día me hiciera mi amigo Andrés el Sopa, de Grazalema, fallecido hace ya muchos años pero que sigue vivo en mis recuerdos, cuando descubrió mi pasión juvenil por llegar hasta los lugares más ignotos y solitarios de la Sierra, donde nunca antes hubiera estado nadie: “No busques la soledad, no sea que al final la encuentres”.

Desciendo desde Trebujena por la Carretera del Río, que discurre entre ondulados viñedos labrados con tanto primor como si de jardines se tratase, y me sorprendo de pronto asomado a un mar de soledades. A mis pies, apenas velada por la neblina de la mañana, se extiende una vasta y desolada llanura cuyos confines se pierden en dilatadísimos horizontes. Es la marisma. Me adentro en aquellas tierras llanas y yermas en las que el agua encharcada espejea en extensos humedales. No hay árboles, ni cerros, ni casas, ni nada. Todo es ausencia en aquella infinita extensión de tierra, de agua y de cielo, paraíso de la luz y de las aves.

Al apearme del coche me siento preso de un indefinible desasosiego interior, de una vaga congoja. En medio de la enorme llanura solitaria, bajo aquel cielo grande y luminoso, soy de pronto un ser empequeñecido y reconcentrado, diminuto. Los graznidos lejanos de las aves acuáticas ponen en el silencio notas que se me antojan vagamente trágicas. Estoy en un mundo que me es ajeno y extraño. Pero al rato de caminar por aquellas soledades mi ritmo interior se acompasa al que late en el entorno, y el paso del tiempo se torna pausado y lento, como el vuelo cansino de las garzas elegantes que remontan sorprendidas por mi presencia, o como pastan los toros oscuros, indolentes, en mitad de la marisma.

Me acerco hasta el río Guadalquivir de aguas lentas y turbias, sometidas al perezoso vaivén de las mareas, y contemplo las barcas de los riacheros y sus redes izadas que ponen una nota pintoresca en aquel paisaje que es pura lontananza, paradójica ausencia absoluta de paisaje. En las orillas, apenas señaladas con rústicas empalizadas clavadas en el fango, los costillares de antiguas embarcaciones por allí varadas nos hablan del tiempo, ese paciente escultor de ruinas.

Regreso a casa después de todo un día caminando por la marisma, y tengo la sensación de quien acaba de llegar de un largo viaje. Y al abrigo de mis libros, de mi música y de mis cosas, pienso en la advertencia de mi amigo Andrés, y me parece una enorme suerte y un consuelo poder ir a la soledad de la marisma y escapar de ella en un mismo día de invierno.

3 comentarios:

  1. Hace unos días estuve en la MArisma de Morabita y de Casablanca, sin agua todavía, paseando entre las soledades de que describes, y me acordé de tu entrada. Queriendo escribir algo, al releer lo que tu ya habías escrito, pensé que era mejor no intentarlo: no se puede expresar de otro modo. ¡Qué nos gusta lo que escribes y como echamos de menos tus escritos!.
    Feliz año, Rafael

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  2. Llegué a conocer a Andrés El Sopa en Grazalema , estuve en su casa, y pasé algún rato con él. Nunca más supe de él. Sin embargo llegó a mis oidos que había fallecido. Me gustaría que nos contaras algo de él , de lo que sabes de él., etc. Gracias.

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