Leyendas

Más allá de los elementos físicos y humanos que los conforman, los paisajes esconden leyendas y mitos tras los que late el sentir de sus moradores, sus esperanzas y temores, sus anhelos y fantasías...

martes, 11 de diciembre de 2012

Gibalbín, la montaña del pozo


Gibalbín, la montaña del pozo


La sierra de Gibalbín está coronada por los restos de una torre defensiva de probable origen almohade, aunque todo apunta a que aquellas cumbres debieron estar fortificadas ya en época romana, lo cual no resulta extraño dado el valor estratégico de aquellas alturas, desde las que se divisa toda la vega del Guadalquivir hasta la desembocadura del río, y la campiña del Guadalete enmarcada por las sierras del parque de Grazalema y el de los Alcornocales. El mismo nombre Gibalbín es de origen árabe, y significa “la montaña del pozo”, nombre que puede tener relación con uno de los tesoros que esconde esta pequeña e interesante serranía, y al que en su momento haremos referencia.
Como ya hemos dicho, se puede subir hasta el castillo de Gibalbín, o lo que queda del mismo, a través del bellísimo Cortijo de la Sierra, en los aledaños de El Cuervo, ya que desde el poblado de Gibalbín, a través de la finca La Blanquita, es prácticamente imposible, pues nos vamos a encontrar bien con la cancela cerrada, bien con la cerrazón del guarda, que no consiente el paso a ningún extraño.
A través de La Blanquita lo intentamos hasta dos veces. Una, como Dios manda, solicitándole al guarda el correspondiente permiso, que nos fue denegado; y otra, de manera furtiva, aprovechando un estrecho postigo abierto por alguien en las bien tensadas alambradas que cierran la finca. Pero cuando ya estábamos muy cerca de la cumbre y avizorábamos el castillo, de improviso se nos apareció el guarda a bordo de su ranchera, quien, esta vez con palabras más destempladas, nos afeó que hubiéramos invadido una propiedad privada sorteando una alambrada -”a nuestra edad”-, instándonos a volver inmediatamente sobre nuestros pasos, lo que así hicimos sin rechistar y, como suele decirse, con el rabo entre las piernas.
Antaño los guardas defendían de intrusos las propiedades de los terratenientes incluso disparando cartuchos cargados con sal gorda, que debían de escocer lo suyo, y aunque seguramente hoy no lleguen a tanto, lo que resulta evidente es que siguen haciendo su trabajo -al menos así lo hace éste de La Blanquita- con enorme eficiencia, hasta el punto de haber hecho de parte de nuestra campiña una verdadera tierra incógnita. No vamos a discutir ahora el derecho de los terratenientes a la propiedad privada y a protegerse de los robos, pero habría que hacer compatible tal derecho con el de los ciudadanos a conocer y a transitar libremente por nuestra tierra, a visitar nuestros monumentos históricos, y a conocer nuestros paisajes y disfrutarlos. La tierra tiene sus propietarios, pero el paisaje, la historia y la cultura son de todos.
Hace ya muchos años, el guarda de La Blanquita era un tal “Aguaclara” –así le apodaban las gentes de Gibalbín-, a quien se atribuían “hazañas” nada edificantes y que nos recuerdan episodios como los que Miguel Delibes narrara en “Los santos inocentes”. Por ejemplo, aquella vez en la que “Aguaclara” consiguió, mediante amenazas, que el “Pelos” –un chaval que entonces contaba no más de 8 ó 10 años- ahorcara a su propio perro de un árbol, tirando el niño de la cuerda después de que el guarda hubiera sorprendido al animal dentro de la finca persiguiendo gazapos. O el espectáculo dantesco que suponía encontrarse con aves rapaces muertas y putrefactas colgadas de algún árbol seco -”instalación” obra de “Aguaclara”-, y que servían para espantar a las demás rapaces de la zona, pues según el guarda mermaban la cantidad de conejos y perdices de aquella finca de tan alto valor cinegético (la enorme cantidad de conejos y de perdices que por allí salen al paso así lo atestiguan).
Tras estos fallidos intentos, finalmente conseguimos coronar la Sierra de Gibalbín -como antes dijimos- por su vertiente norte, a través del Cortijo de la Sierra, cerca ya de El Cuervo. Aunque la cumbre de Gibalbín apenas supera los 400 metros, la subida es bastante más larga y pronunciada de lo que dicha altura sugiere, y ello se debe a que arranca prácticamente desde la marisma, al nivel del mar. Tras coronar y apearnos del coche, una abubilla que allí arriba había nos indicó, con su vuelo pausado, por dónde llegar hasta las ruinas del antiguo castillo, rodeado de modernas torres de telecomunicaciones, cuya abundancia y tamaño indican que aquel lugar sigue siendo estratégico para el control del territorio. Pero lo más impresionante son las vistas, sencillamente espectaculares: todo el bajo Guadalquivir hasta su desembocadura, y toda la cuenca del Guadalete. Mas para identificar los numerosos pueblos y demás accidentes geográficos que desde allí se divisan es aconsejable llevar una brújula, y buscarlos teniendo en cuenta el azimut que de cada punto proporcionamos.

Con ayuda de la brújula, y conociendo el acimut de cada punto (o sea, el ángulo de la dirección en la que se encuentra, contando en el sentido de las agujas del reloj a partir del norte geográfico), en un día medianamente claro podemos ver desde Gibalbín los siguientes lugares reconocibles:
-Chipiona (260º)
- Asta Regia, Sanlúcar (265º)
-Trebujena (285º)
-El Cuervo, Laguna de los Tollos (290º)
-Lebrija (315º)
-Las Cabezas de San Juan (5º)
-Castillo de Espera (75º)
-Villamartín (90º)
-Sª Labradillo, Sª del Pinar (100º)
-Sª del Endrinal y Caíllo (105º-110º)
-Arcos de la Frontera (125º)
-Sª de la Sal, San José del Valle, Sª del Valle, Sª de las Cabras (150º)
-Alcalá de los Gazules,Parque de los Alcornocales (155º)
-Paterna de Rivera (170º)
-Torrecera, Medina Sidonia (180º)
-Chiclana (205º)
-San Fernando (210º)
-Puerto Real, Cádiz (220º)
-Jerez, El Puerto (230º)
-Rota (240º)